CARTA DE LIBERTAD


Sentía que su mundo se había quedado reducido a aquel instante ¡el peor!
Un pensamiento había rondado su cabeza una y otra vez ¡y de repente había sucedido!
Cuando sonó el teléfono no esperaba escuchar esa voz. Intentando alargar el tiempo, atravesó el pasillo en vez de tomar el ascensor, prefería subir las escaleras.
Al llegar a la planta tuvo que esperar unos minutos aunque para él habían parecido una eternidad. Cuando se abrió la puerta, una sonrisa fingida le saludó a su paso.
- Siéntate Alfredo, supongo que tienes una ligera idea de por qué te he llamado.
- Quizás, susurró con una voz apagada.
- Bien no quiero alargar esta situación. Como sabes, las cosas están complicadas y se están tomando una serie de medidas que no son plato de gusto para nadie.
- Lo sé, entretanto sus piernas no dejaban de moverse en un vaivén como si quisieran martillear el suelo.
- Sabía que en algún momento me llamarían, comentó casi faltándole la respiración para articular la última palabra.
- Sabes perfectamente que las circunstancias nos obligan, llevas ya muchos años con nosotros y nunca hubiera imaginado que yo mismo tendría que darte esta carta.
- Pues por favor no dilates más el tema que nos conocemos.
Tras pronunciar aquella frase, cogió la carta al tiempo que sus ojos quedaron inundados de un brillo amargo.

JUEGO DE NIÑOS

 
Quería seguir durmiendo, total para qué despertarse si cada día era igual al anterior y al siguiente.
En más de una ocasión se preguntaba si su vida realmente merecía la pena. Hacía tiempo que había perdido la ilusión, aquella que se había quedado postrada junto a él en aquella silla de ruedas.
Apenas tenía amigos, poco a poco habían dejado de visitarle y sus días los ocupaba frente al ordenador o la televisión. Habían transcurrido casi dos años desde el accidente pero aún seguía teniendo pesadillas, algunas noches se despertaba angustiado, tras sentir a flor de piel el ruido de aquella sierra intentando sacarle de aquel amasijo de hierros.
Su pensamiento no dejaba de machacarle que aquel juego de niños le había costado muy caro. Al menos él podía contarlo, pero a quién, si en realidad estaba solo con la única compañía de gente sin rostro, los que frecuentaban el chat, donde él por unos instantes se evadía de su realidad para soñar que podía ser otra persona.
Su verdadera realidad estaba arropada por las paredes de su casa donde parecía sentirse seguro, no le gustaba ser observado, su rostro ya no conservaba la imagen de aquellas fotos que había terminado guardando en un cajón para evitar recordar la persona que era y que ya nunca más podría ser.
La inconsciencia de la juventud tras una noche de fiesta y después de unas copas de más se había quedado olvidada en aquel tramo de la carretera.
Un  juego de niños en el que todos habían perdido.

LA HUELLA


Aquella mañana se levantó cansado, alargó su mano al interruptor pero la luz no se encendió y susurró ¡qué momento más inoportuno para que se funda la maldita bombilla!
Había pasado mala noche, ese terrible catarro apenas le había dejado dormir, pero debía sacar fuerzas y hacer de tripas corazón. Tan sólo faltaba una hora para asistir a la ceremonia anual del colegio de abogados donde le iban a hacer entrega de un premio por su libro “Jurisdicción al desnudo”. Su cara era todo un poema, y más que asearse parecía necesitar una reforma completa.
Minutos antes de subir los tres peldaños que separaban su asiento del escenario  miró la cicatriz de su mano y recordó a su padre, un juez de reconocido prestigio, quien le había enseñado la autoridad en sus propias carnes.
Palabras eje del relato: catarro, premio, jurisdicción, reforma, bombilla