Cupido tuvo la culpa de que la venda que cubrió
mis ojos durante años no me permitiera ver la verdadera persona que se escondía
tras aquel hombre alegre y dicharachero antes sus amigos, pero que ocultaba
instintos enfermizos que sólo mostraba tras volver de sus juergas diarias. Si mis ojos hubieran
visto aquella luz tenue de mi dormitorio que envolvía mis quejidos tras cada
paliza, nunca más habrían vuelto a brillar al verle aparecer cuando me
encandilaba con sus palabras que me enamoraron un día. Ahora necesito cerrar
mis ojos para no volver a pensar
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