Sus sospechas no le dejaban pensar con claridad. Ella cada vez
parecía más joven, y la corta distancia en años que les separaban parecía
ampliarse cada vez más.
Su aspecto físico a veces dejaba reflejar los malos momentos del
día anterior, aquellos que era mejor olvidar tras una profunda resaca. El alcohol
ensombrecía su mirada y su cara mostraba el animal que llevaba dentro.
Ella empezó a refugiarse en sus amigos, intentando encontrar una
vía de escape. Un día en el que quiso mostrar sus encantos como mujer,
recuperar su belleza y mostrar al mundo que podía superarlo, él la siguió
apresurado por distintas calles, sus pasos se entremezclaban entre el resto de
la gente, intentaba no perderla de vista. Sus sospechas no se confirmaron.
Cuando ella regresó a casa, él no estaba. Se sintió aliviada.
Al poco tiempo, se oyeron unos pasos apresurados, y tras ellos
el portazo de la puerta de entrada. De repente todo estaba en calma, pero la
calma, de pronto, se tornó en miedo, miedo de no saber si él había vuelto a
beber. Al escuchar girar la llave en la puerta ella se agazapó en el sofá como
presa asustada, bajo el compás de espera de un ser indefenso a ser cazado.
Al sentir sus pasos hacia la cocina pensó por un momento que él
vendría con hambre y su necesidad vital tenía que ser aliviada. ¡Qué ingenua
era al pensar eso!
Empezó de nuevo a escuchar sus pasos hacia el salón, y cuando le
vio llegar ya no tuvo tiempo de respirar, porque el cuchillo le atravesó su
frágil cuerpo, justo en el corazón, y allí se quedó acurrucada. Ahora el miedo
se volvió silencio.
Sus pasos volvieron de
nuevo a la cocina. Allí permaneció sentado mirando el televisor que
estaba encendido, precisamente las noticias hablaban en ese momento que ya eran
115 las víctimas por violencia de género las que habían muerto en lo que va de
año. Él sin más puso el cuchillo en su pecho y lo atravesó.
Todo quedó en calma, tan sólo el murmullo de fondo de la televisión "al menos se producía una víctima cada 20 segundos en cualquier lugar"