MATANDO MOSCAS


El tiempo había transcurrido bajo aquella tarde de insoportable calor, el sudor bajaba por su cara, como una hilera de hormigas que siguen su camino.
De forma repentina se levantó con un sobresalto de su hamaca brasileña, aquella que había adquirido en su viaje a Brasil, justo donde dio comienzo su interminable pesadilla.
No sabía muy bien qué le había despertado antes de ese  impulso súbito, pero tras abrir los ojos se percató de una sombra al fondo de la habitación, con un  sombrero que ocultaba su mirada observándole fijamente.
Tras unos segundos, aquel rostro con mirada inquietante, articuló unas extrañas palabras que dejaron claro que no era un idioma entendible, al menos para él.
Parecía una lengua ancestral porque su mente no alcanzaba a entender de qué país provenía aquella voz.
Desde que volvió de Brasil siempre se despertaba de la misma forma, siempre con sudor en su rostro.
Miró hacia la ventana siguiendo el vuelo de una pequeña mosca que se posó justo en el cenicero que aún conservaba las colillas de los últimos días, y vio como un cigarro encendido humeaba al lado de todas aquellas moscas que en un ataque de ira había fulminado aquella misma mañana. Cada vez era más difícil controlarlas, porque un día tras otro, como si de una plaga se tratase, tenía que soportar una y otra vez que se posaran en la ventana como si esperasen a que ocurriera algo.
Ya no conseguía recordar aquellas agradables tardes cuando se sentaba junto a la ventana para leer un libro.
En su viaje a Brasil, además de comprar esa cómoda hamaca, también había experimentado aquella terrible sesión con un curandero, aquél al que popularmente llamaban “mata moscas”. Desde aquel momento su vida había cambiado, y sus despertares eran cada vez más extraños, como en ese instante, cuando aquel rostro por primera vez tenía presencia en su habitación, infinidad de veces lo había intuido sin conseguir verlo hasta aquella tarde. Entonces comprendió que el final estaba cerca.

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